19 de febrero de 2011

Arnaldo André: "La televisión me dio todo, todo, todo"

Luce como el eterno galán. Y poco importa que ahora, en Los únicos (El Trece, lunes a jueves a las 21.30) le toque interpretar al líder de un grupo de superhéroes, Monterrey. Cualquiera sea el personaje, Arnaldo André le otorga una prestancia que lo vuelve imponente, llamativo. Al verlo personalmente, lo verdadero resulta inverosímil: nació en 1943, en el pueblo de San Bernardino, Paraguay. ¿67 años? Imposible de creer: el que uno tiene enfrente es un hombre erguido, rápido de reflejos, la piel de un adulto joven, la mirada vivaz de los que tienen muchos asombros para estrenar. “Me cuido -admite-. Lo hago por una cuestión estética, pero también por mi salud. Para mí, es fundamental comer sano, hacer ejercicios y dormir bien”.

¿Cómo lo lográs con todas las horas de trabajo que exige una tira diaria? 

Durante las grabaciones tomo mucho café con leche. Eso me aplaca el apetito, y no llego famélico a la hora de la pausa, en la que trato de comer lo mismo que en mi casa. Con la actividad física se complica más: a veces salgo muy cansado, sin ganas de ir al gimnasio. Pero trato de acomodar los horarios, e ir igual.

¿Cómo imaginaste a Monterrey, la primera vez que te hablaron de él? 

Lo imaginé como un hombre de experiencia, y dispuesto a transmitirla a un grupo de jóvenes. Cuando me dan un personaje, siempre busco algo de mí que me sirva para interpretarlo. Para Monterrey, lo encontré facilmente, porque yo soy una persona protectora. Me gusta cuidar a los otros. Pero además de proteger a los agentes de su grupo, Monterrey necesita convencerlos, entusiasmarlos con cada una de las misiones que les asigna. Para ese aspecto del personaje, me inspiré en un (Adrián) Suar, en un (Marcos) Carnevale, o en cualquier productor que me habla por primera vez del proyecto para el que quiere contratarme. En esos casos, los productores te hablan de un modo tal que te entusiasman, y terminan convenciéndote, porque su objetivo es no dejarte margen para la duda. Así tiene que actuar Monterrey, porque es un líder. Y en cualquier ámbito, incluso el gubernamental, los líderes no tienen que tener dudas.

Pero Monterrey, a diferencia de muchos gobernantes, no confunde autoridad con autoritarismo.

Es que en ese aspecto, lo cuido mucho, para evitar que caiga sobre él el fantasma de Laureano Gómez Acuña (N de la R: el personaje de André en Valientes ). El texto me llevaría a hacer un Monterrey mucho más autoritario, un tipo que se enoja, que dice “silencio” o “escúchenme” o “pongamos orden”, pero yo trato de evitarlo, para que no se roce con mi personaje de la novela anterior.

¿Quién te enseñó a ser protector?

Lo fui aprendiendo por las circunstancias de la vida. Cuando tenía once años, murió mi papá, y el destino me enfrentó con la realidad de tener que ocupar su lugar, y proteger a mi familia. Eso me marcó, y ya nunca pude manejarme de otro modo.

¿Cómo aprende un niño de once años a proteger en lugar de esperar que lo protejan?

Tal vez, porque yo era el único hermano varón, y apenas murio mi papá, mi mamá comenzó a decirme “ahora, vos sos el jefe de la casa”, “vos sos el que nos va a cuidar”. Crecí pensando así, y ya no pude modificarlo. Ni siquiera es necesario que conozca a una persona para tratar de protegerla. Donde veo una injusticia, me meto.

¿En cuánto se parece lo que lograste a lo que soñabas cuando viniste de Paraguay a la Argentina, para formarte como actor?

No se parece en nada, porque mi sueño era hacer una pequeña escala acá, e irme a Hollywood. Y luego, a Italia. Nos llegaban películas estadounidenses e italianas, y yo soñaba con hacer cine en esos países. Por eso, si te dijera que imaginé mi carrera tal y como se dio, estaría mintiendo. Una vez que me establecí en Buenos Aires, y conseguí un nombre, tampoco pensé que mi historia con la televisión fuera a durar tanto. Creía que el cine me estaba esperando, y que el cine me iba a dar el pasaporte para ir a otros países. Pero no, no fue así. La televsión me dio todo. Me dio el pasaporte para irme a trabajar a varios países sudamericanos, me dio la estabilidad, me dio el público que es tan generoso conmigo, me dio una carrera, me posibilitó hacer teatro y películas. La televisión me dio todo, todo, todo. Y nada de todo eso que sucedió estaba en mi imaginación. Creo que lo lindo del ser humano es que no sabe lo que viene, que puede disfrutar del efecto sorpresa. Hace muchos años, cuando pasé momentos de incertidumbre, fui cuatro o cinco veces a hacerme tirar las cartas. Ahora, ya no me interesa que me adelanten lo que viene.

Cuando ves lo grave que es hoy la problemática de la violencia contra las mujeres, ¿te arrepentís de que en “Amo y señor” se presentaran las cachetadas que le dabas a Luisa Kuliok como un elemento más de la pasión amorosa?

No, no me arrepiento, porque tanto el público como nosotros tomábamos esas escenas como un juego. Supongo que hoy, ya no deberíamos hacerlas. Actualmente, no podríamos contar esa historia en la que el tipo, ante cualquier cosa, reaccionaba con una cachetada. La mujer ha evolucionado, y ya no se deja pegar; si le das una cachetada, te la devuelve. Además, ahora hay leyes que protegen a la mujer, a pesar de que todavía siga siendo una realidad la gran cantidad de mujeres quemadas, lastimadas o asesinadas. No sé qué es lo que está pasando, pero es terrible. En la época de Amo y señor , todo era distinto. Recuerdo que en esa novela se enfocaban las minifaldas desde abajo, y eso era transgresor, enloquecía a los muchachos. Si lo hacés hoy, te preguntan “¿qué pasa que no mostrás más? Es increíble cómo el tiempo va modificando todo... Y tan rápido... Si Los únicos se hubiera hecho cinco años atrás, en el momento de preparar a los agentes para la acción, el personaje de Monterrey habría leído las características de los enemigos de los apuntes tomados en una libreta. Ahora, se lo ve trabajando con una pantalla virtual.

¿Aceptarías hacer escenas de sexo en una novela?

Supongo que en una novela, no. Pero si me tocara en suerte un programa con un tratamiento más profundo que el de una telenovela, un ciclo que se emitiera semanalmente, no me molestaría hacer escenas de sexo.

Tenés una característica que te asemeja a Sandro: la capacidad para mantener tu vida privada fuera del alcance de la prensa. ¿Por qué ustedes consiguieron lo que otras figuras públicas no logran?

Creo que tiene que ver con la pasión que uno pone en el trabajo y con el hecho de que ni Sandro ni yo hemos usado a los medios para contar o inventar algo íntimo con el objetivo de que se hable de nosotros, y lucrar con eso. Al principio de mi carrera, tenía un agente de prensa que me decía “tenemos que hacer esto, y esto otro”, y yo lo hacía. Me duró un año. Después, me cansé y dije: “No me gusta inventar cosas, voy a hablar de lo que a mí se me ocurra”. Entonces, empecé a hablar de mi trabajo y sólo de mi trabajo. Desde ese momento, se estableció un código tácito entre los periodistas y yo: me dejaron hablar de mi trabajo, y no se metieron en mi vida personal. Yo también he tratado de no abrir las puertas de mi casa a la prensa. Aunque hubo algunas excepciones, y debo reconocer que muchas de ellas fueron por culpa de mi mamá, que en paz descanse.

¿Cómo fue eso?

En un momento dado, ella me hizo el planteo de que por qué Fulano y Mengano salían dando notas con sus mamás para el Día de la madre. Yo nunca quise. Hasta que un día, aflojé, y permití que me sacaran fotos en mi casa, junto a mi mamá. Pero, en general, trato de que mi intimidad sea para mis amigos, para mis afectos. En eso, no cedo rápidamente. Eugenia Tobal, de quien me hice muy amigo cuando compartimos una obra de teatro, todavía me reclama: “Nunca me invitaste a tu casa”. “Fuiste a mi cumpleaños”, le contesto, y ella retruca: “Sí, pero no pasé más allá de la terraza”. Ocurre que necesito tener mucha confianza para sentirme relajado.

¿Te incomoda salir a la calle y que todos te reconozcan?

En principio, trato de no salir de mi barrio. Como allí ya se rompió el misterio del actor, ya nadie me da bola, y yo me siento protegido. El momento en el que más incómodo me siento es la semana posterior a mi cumpleaños, cuando tengo que ir a cambiar los regalos a un shopping. Eso es terrible, porque como tengo que probarme la ropa, necesito ir personalmente.

Bueno, tampoco es tan terrible, es sólo una vez por año...

Sí, es una vez por año, y espero que dure.

Clarín

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